Ermita de San Blas

SANCTE BLASI ORA PRO NOBIS

Así reza la inscripción que adorna el arco de su puerta de entrada. Con este grito de súplica, extraído de las letanías penitenciales: -San Blas, ruega por nosotros-, nos da la bienvenida la ermita de San Blas.

El receptor de esta súplica es un taumaturgo que durante siglos pasó por ser el santo curandero y sanador más solicitado, el único capaz de librar a todo ser viviente de las peores enfermedades, de las más graves lesiones. El que con su bendición aseguraba la bondad de los alimentos, libraba de contagios malignos, garantizaba la salud de las sufridas gargantas durante los fríos invernales. Representaba el más apreciado seguro de enfermedad al que una familia podía acogerse para proteger lo más valioso de cada casa: fuesen personas o animales. Eran tiempos en los que, ante cualquier adversidad, la confianza depositada en la asistencia divina superaba en mucho a cualquier otra promesa fundada en los solos recursos humanos.

Durante su vida San Blas pasó de médico a obispo de Sebaste, en Armenia. Vivió tiempos difíciles para los cristianos. Hizo vida eremítica en una cueva del Monte Argeus y fue martirizado el año 316. Era conocido por su don de curación milagrosa. Cuenta la tradición que a la cueva donde estaba escondido llegaban las fieras heridas o enfermas y él las curaba. Y que estos animales venían en gran cantidad a visitarlo cariñosamente. Salvó la vida de un niño que se ahogaba al trabársele en la garganta una espina de pescado. Este es el origen de la costumbre de bendecir las gargantas el día de su fiesta. Se le representa portando en una mano las dos velas cruzadas y en la otra un peine de hierro -según las crónicas, sus verdugos lo desgarraron con peines de hierro-, junto con el niño que salvó.

 

La ermita es una sencilla estructura formada por tres muros de cerramiento de mampuestos unidos con barro, su planta rectangular no sobrepasa los catorce metros cuadrados. En las cantoneras, sillares de piedra bien labrados dotan de firmeza a tan recoleto santuario. El suelo lo constituye la propia naturaleza, carece de presbiterio elevado y el altar está integrado por recias piedras de sillar. Un solo vano aspillerado ilumina la zona del testero.