Iglesia de Las Cuevas

Su ubicación responde perfectamente al prototipo primitivo de cueva-santuario. Un prodigio de la Naturaleza ha hecho confluir en un mismo espacio elementos esenciales de todo lugar sagrado. La mole imponente de roca gris rojiza acariciando el cielo. La cascada purificadora, de agua fina y refrescante, saltando bulliciosa el precipicio en busca de la tierra llana. Las cuevas hospitalarias ofreciendo su seno maternal y protector. A sus pies, el bosque frondoso y exuberante que abriga y sostiene al conjunto. Rasgando la escena, el camino pedregoso y empinado, se abre paso por la hendidura inferior del muro. En el centro de la gran muralla, aprovechando una grieta y desafiando cualquier vértigo al abismo, la mano del hombre ha levantado el templo. A él nos conduce una encrespada escalinata de piedra. Alojada en otra grieta intermedia de la pared, la ermita de San Cornelio, panteón de reliquias, cripta del santuario superior. Todo el conjunto mira ligeramente hacia oriente, hacia la fuente de los primeros rayos solares, origen de la energía vital. Es el marco idóneo para que ya el hombre primitivo que habitó estas montañas pudiera realizar sus ritos sagrados de encuentro consigo mismo, con sus semejantes y, sobre todo, con la realidad divina

Es evidente que la cueva donde se aloja el templo actual es el recinto más importante de todo el conjunto de las Cuevas. El lamentable estado de abandono y deterioro que ofrecía este santuario hasta su restauración en 2005, nos impedía sospechar de su enorme trascendencia en siglos pasados. Durante la guerra civil de 1936 fue pasto de las llamas, quedando reducido a esos desnudos muros, único rostro que de él hemos conocido la mayoría de cuantos hoy vivimos. Imposible encontrar testimonios fotográficos o personales que nos desvelen detalles de su antiguo aspecto. Tan sólo las abundantes referencias que de él se recogen en la documentación disponible nos ayudarán a reconstruir parte de su esplendoroso pasado.

Existen muchas razones para afirmar que la iglesia de las Cuevas fue durante siglos el santuario romero por excelencia del culto a Santa Orosia. Como luego comprobaremos, aún después de construida la nueva iglesia de las explanada en 1669, se llevarán a cabo importantes obras de restauración e incluso probablemente de ampliación en el templo de la Cueva. La construcción del nuevo templo en la explanada no fue obstáculo para que la mayoría de las concentraciones romeras y demás actos de culto a la Santa continuaran celebrándose en la Cueva. Es más, tuvo que transcurrir más de un siglo hasta que un mandato episcopal aconsejara el traslado de una de las ceremonias de la Cueva al nuevo santuario del Puerto. No resultaría sencillo romper con una inercia secular que hincaría sus orígenes en cultos precristianos.

Nada nos confirma con tanta fuerza el carácter central de la Cueva de Orosia en las manifestaciones populares de su devoción como el recuento de actos colectivos, allí celebrados, de los que hoy tenemos noticia. La Cueva simbolizaba el lugar sagrado por excelencia de acercamiento a cuanto significaba la figura de Santa Orosia. Era el lugar más emblemático de la tradición orosiana. Allí se había preparado al martirio y, según alguna de las diversas tradiciones, allí mismo padeció también los tormentos martiriales y allí reposaron sus restos durante dos siglos. Prueba del elevado valor sagrado de la Cueva es el testimonio más antiguo con que contamos de peregrinación a Santa Orosia: la Romería del Campo de Jaca. Sus primeros estatutos escritos nos remiten hasta el año 1518. Los romeros peregrinan a Yebra cada primavera. Hacen conmemoración en la iglesia ante la Reliquia de la Santa. Comen y suben a la Cueva, donde pasan la noche en vela.

La aproximación a este santuario se haría generalmente en procesión. Una procesión que posiblemente se iniciaba ya en la Cruz d’a Gualda. Sabemos que los romeros del Campo de Jaca entraban en la Cueva descalzos.